Abstract:
Oler nos transporta en el tiempo y nos hace felices, pero estamos formando una generación sin olfato, castrándoles a nuestros hijos la posibilidad de recordar con las fosas nasales.
La infancia de quienes hemos sido felices es un lugar lleno de ruidos entrañables y olores de ensueño. El olor a tierra mojada, por ejemplo, aún sigue transportándome a aquella época sin preocupaciones. Para entonces, aquel olor era el presagio de un aguacero bíblico que, a pesar de vivir en una precaria vivienda que parecía ceder un poco con cada aguacero, significaba dormirse con el croar de un millón de ranas invisibles.